viernes, 5 de abril de 2019


Batalla Pozo de Vargas – Dos mujeres
Rodolfo Schweizer
Abril 2019.

Uno de los temas más interesantes en torno al relato de las batallas militares que jalonan cualquier historia son las anécdotas. Ellas humanizan el valor de la gente común; les ponen nombre al valor de individuos que de otra forma quedarían anónimos y olvidados. Ellas complementan la historia oficial que queda en los papeles, agregándoles la transmisión oral, o sea la tradición que intrínsecamente reside en la memoria de los pueblos.

La tigra. Paseo de la Mujer Federal. La Rioja
Tal es el caso con la historia en torno a la batalla de Pozo de Vargas, cuyo 152 aniversario recordamos este 10 de abril.  Como todos sabemos, allí se enfrentaron dos proyectos de país, uno federal y otro centralista. Con el primero, las tropas de Felipe Varela; con el segundo las de Antonino Taboada.

El trajinar del combate ya lo conocemos no solamente por los datos históricos, sino por lo que nos cuenta el relato popular y folclórico a través de la Zamba de Vargas en sus varias versiones, de la cual ya hablamos en el pasado en este mismo medio.

Sin embargo, de no menor importancia es la anécdota de que en ese combate se cruzaron, sin encontrarse, dos mujeres que tienen una doble importancia: la primera porque inspiraron nuestro folclore con dos hermosas zambas: La desterrada, sobre poema de Ariel Ferraro y música de Ramón Navarro y La Rubia Moreno, de Cristóforo Juarez y Agustín Carabajal; la segunda porque revelaron sus respectivas conductas morales de jugarse la vida por una causa nacional. Nos referimos aquí a Dolores Díaz, la tigra, que acompañó a Felipe Varela y a Santos Moreno, la famosa Rubia Moreno que acompañó, junto a su padre y esposo, a los Taboada.


No juzgamos aquí el mérito de sus causas. Solamente rescatamos del olvido la entereza moral de dos simples mujeres del siglo 19 y su lucha por un ideal a cambio de nada.

Una de las mejores definiciones de este tipo de mujeres la da la riocuartense Susana Dillon: “Esas mujeres bravas de su tiempo no conocieron la dulzura del gesto femenino, ni la coquetería enfundada en un revuelo de faldas empuntilladas. No, más bien se arrebujaban en un poncho rotoso y se trenzaban las salvajes cabelleras azotadas por el viento. En la cintura una rastra de la que colgaba una chisca para llevar tabaco, coca o algún trapo para contener heridas, pero más que nada para cruzarse la faca, que se usaba para despresar una res como para hundirla al guapo que la enfrentaba en combate.”

“Nada en aquellas mujeres sugería tibieza ni ternura porque estaban hechas del mismo material que las espinas, que la dureza del clima y los pedregales sedientos. Se habían convertido en una respuesta, en una consecuencia del destino que les tocó enfrentar”. ¿Qué mejor definición de estas dos mujeres producto de la tierra y la elementalidad de la vida en nuestro interior profundo, todavía dominado por la resaca del colonialismo y el feudalismo en las relaciones sociales?

No mucho se sabe de ellas. De Dolores Díaz, la tigra, se dice que nació allá por 1820, en La Rioja según muchos, en Catamarca según otros. De sus padres, nada; de su infancia o juventud, menos.

De ella el historiador riojano Dardo de la Vega Díaz cuenta que “fue una activa participante en la lucha montonera. Se olvidó de que era hermana, esposa o madre de los combatientes y echó leña en la hoguera. La venció el instinto de libertad y le endulzó sus dolores la sola esperanza del triunfo…Dolores Díaz, montonera empedernida, preparó revoluciones, atemorizó gobiernos y el general Taboada la confinó a El Bracho. La tranquilidad de un ejército y la duración de un sistema exigía su deportación”.

Según la tradición oral, en la batalla salvó a Felipe Varela de una muerte segura cuando, caído en tierra porque su montado había caído muerto por las balas, ella lo rescató en las ancas de su propio caballo. Luego lo acompañaría en la retirada hacia Jachal, de donde volvería en julio/1867 a La Rioja, donde fue finalmente capturada por los Taboada y confinada en El Bracho, sobre el Salado, cerca de la frontera con Santa Fe, una prisión de donde casi nadie salía vivo. Allí fue a parar acompañada de otras mujeres acusadas de montoneras: Fulgencia de Contreras, Dolores Andrade, Dolores de Vargas y Micaela Abrego.

Sin embargo, ella volvió al año. Según se dice, Felipe Varela le había escrito a Fray Mamerto Esquiú desde Bolivia pidiéndole que intercediera por ella ante los Taboada. No sabemos el resultado de tal pedido. Finalmente, en 1868 un exhorto del juez federal Nataniel Morcillo de La Rioja a los Taboada logró que estos la liberaran.

Sus días terminaron en la pobreza en La Rioja, viviendo de su arte de eximia telera y criando al hijo que, según cuentan, tuvo con Felipe Varela. Nada se sabe del lugar donde reposan sus restos. Una estatua de ella engalana el Paseo de la Mujer Federal, inaugurado en abril de 2018 en La Rioja.
Quizás hoy, desde ese podio y tal como dice el laureado poeta riojano Ariel Ferraro (1925-1985),

Dolores Díaz, la tigra
sueña potros y cuchillos,
y hasta a la muerte atropella
blandiendo el último brío.

Flor morena de los llanos
dulce novia del peligro,
el tiempo salve tu nombre
con este canto que digo.

De Santos Moreno, conocida como la Rubia Moreno, se sabe, en cambio, bastante más, incluyendo su legendaria hermosura y bravura.

                        Rubia Moreno, pulpera gaucha / de falda roja, vincha y puñal

Se sabe que sus padres eran vascos, que nació por 1840 y perdió a su madre en la niñez. Por lo tanto, fue criada por su padre, quien luego de ser capataz de carretas en las travesías de Tucumán a Rosario, decidió afincarse a orillas del Río Dulce, creando una pulpería muy cerca del vado del río, camino al Polear y la estancia de Antonio Taboada en San Isidro. Esto queda hoy muy cerca del barrio Mishky Mayu en La Banda.

En base a datos proporcionados por don Clodomiro Carabajal, nacido en 1866, Cristóforo Juarez, uno de los autores de la zamba “La Rubia Moreno” junto al legendario Agustín Carabajal, en un artículo en el diario El Liberal del 18 de noviembre de 1979 cuenta que sabía leer y escribir, por lo que, siendo además buena nadadora, el padre la puso a llevar la cuenta de los que cruzaban y la carga que llevaban por el paso de Horno Bajada sobre el Río Dulce, donde quedaba su pulpería.

                        No había viajero que no te nombre / por el antiguo Camino Real

También que aprendió del padre el trato rudo hacia la gente hosca y bravía que pasaba por su pulpería; que tenía ojos verdes y una mirada penetrante y dominadora.

                        Eran sus ojos dos nazarenas / bravas espuelas en el mirar

El que ella tuviera como costumbre llevar siempre un rebenque en su mano, define su imagen de mujer severa de carácter.

El narrador contó que de niña jugaba muy bien al “visteo”, un juego en que luego de tiznarse los dedos se jugaba a la espada, un juego donde perdía el que se dejaba manchar la cara. Luego siguió el juego usando palitos tiznados, lo cual, naturalmente, la preparó para el uso del puñal, que su padre le regaló cuando cumplió los 15 años. Ella acostumbraba llevarlo en el lado izquierdo, no atrás como lo hacían los gauchos. Completando su imagen, don Clodomiro contó que era muy buena jugando al truco y la taba. Además, hablaba quichua.

                        Era más brava que las leonas / de los juncales del albardón

Comprometida por propia voluntad con la causa de los Taboada, la Rubia Moreno convenció a su familia, entre ellos su padre, de jugársela por aquellos económicamente, comprometiendo parte de sus bienes para acompañarlos en la expedición hacia La Rioja. Ella contribuyó con 17 voluntarios más sus respectivas monturas, hacienda, y los puso bajo el mando de don José Cruz Carabajal, padre del informante aquí citado, don Clodomiro Carabajal.

La batalla la encontró al lado de Antonino Taboada, del otro lado de donde estaba la tigra.
Según se dice, de Pozo de Vargas no volvió su padre, que murió degollado en combate. Con la pulpería a su cargo desde hacía tiempo, el lugar se transformó en un centro de comercio, fiestas y entretenimiento. Era lugar obligado de todo lo que pasaba por el Dulce.

                        Juntito al vado, tu rancho amigo / alzaba al viento su banderín

Ahí se sembraba como para alimentar a una tropa de paso, se acopiaba cuero, lana, lazos, riendas, jerguillas, bozales y tejidos de todo tipo. Sus fiestas de carnaval con las consabidas trincheras eran de renombre. Eran los tiempos en que se estaba incubando la chacarera. La fama de su dueña y su buen trato hizo de ella la madrina preferida para el bautizo de todos los niños, los que luego de crecidos la llamaban “mamá Rubia”. Su fama y respeto la hicieron intocable, aún para los Taboada.

Sin embargo, al final, para 1870, cuando los Taboada cayeron en el desfavor de Sarmiento y perdieron su poder, ella perdió lo poco que le quedaba y murió cerca de 1890, al igual que Dolores Díaz, en la pobreza. Sus restos, identificados por los restos de su cabellera rojiza y sus zapatitos rojos, que ella usaba, descansan hoy en el cementerio La Misericordia en Santiago del Estero, al lado del calicanto, según la historiadora santiagueña Nené de Manfredi..

El recuerdo de ellas, en este aniversario de la batalla que definió el modelo de país que hoy tenemos, es especialmente importante porque invita no solamente a meditar en la casualidad del destino, que llevó a que ambas coincidieran con su presencia en esa batalla decisiva del destino nacional, sino a reflexionar en los valores morales que movieron y accionaron su conducta para servir a la patria, no servirse de ella.

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