jueves, 6 de noviembre de 2014

LA TRADICION POETICA DE TUCUMAN Y CATAMARCA


Tomado y adaptado del Cancionero Popular de Tucumán de Juan Alfonso Carrizo

Don José Domingo Díaz

Quizás el cantor y poeta más popular en todo el noroeste argentino en la segunda mitad del siglo 19 fue don José Domingo Díaz, nacido en Choya en 1805, hoy un barrio de la ciudad de Catamarca, y fallecido en Tucumán en 1866, donde residía
Polo Gimenez
desde 1842. Sus padres fueron don Mariano Díaz y doña Agustina Solórzano.
Catamarca, por entonces, compartía con esa provincia el mayor número de cantares comunes, producto del ir y venir de poetas y cantores populares que se movían de fiesta en fiesta o por otras razones, especialmente las convocadas por la fiesta de la Virgen del Valle en diciembre, que se amenizaba con bailes entre los peregrinos. Entre los tucumanos que venían a Catamarca se menciona a don Juan Esteban Juárez, de Los Molles, en Monteros, que acostumbraba cantar allá por Santa María, y que regresaba a su casa con las alforjas llenas y con dinero, según Carrizo.



Los padres de Díaz murieron cuando tenía 10 años. Tuvo dos hermanos, Francisco Javier y Catalina. Los tres se criaron gracias a la generosidad de las amistades de sus padres, porque su tutor dilapidó los bienes que aquéllos le dejaron para dar educación y protección a sus hijos. Ayudado por los franciscanos de Catamarca, José Domingo se auto educó. Ya adulto se casó con Presentación Ferreyra,
Atuto Mercao Soria
hermana del franciscano fray Miguel Ferreyra, matrimonio del cual nacieron siete hijos. Según se dice, para entonces ya era poeta respetado entre el pueblo y la gente culta local. Los temas que cantaba eran seguramente amorosos en su juventud, pero luego cantó sobre episodios políticos de la época, lo que le valieron algunos problemas. Conocido como el Poeta de Cubas, cuando Mariano Masa entró a Catamarca, mandado por Manuel Oribe, salvó su vida de milagro, no así el gobernador, que fue degollado el 4 de noviembre de 1841 camino de Huaycama al cerro (Quienes quieran conocer la casa del gobernador Cubas solamente tienen que ir a Santa Cruz, Catamarca, entrando desde la "vista larga", cruzando el río Santa Cruz, ahí a la izquierda la tienen. Van a descubrir un magnífico exponente de la arquitectura tradicional de los tiempos de Rosas, en ruinas, naturalmente. Para quienes no conozcan el lugar, la "vista larga" es la avenida que sale de la ciudad de Catamarca hacia El Portezuelo o hacia Tucumán. Es la Ruta 38.)

Los Angeles-Catamarca
Con la caída de Cubas, a Díaz no le quedó otra opción que ocultarse antes de irse, porque fue acusado de Unitario. Se ocultó en Los Angeles, de donde se comunicaba con su esposa gracias a doña María Juana Carrizo, madre de los señores Guerrero, que le llevaba las cartas y décimas dedicadas. La persecución lo obligó así a irse de Catamarca para salvar su vida. Su nuevo destino fue La Calera, una pequeña aldea en el departamento Río Chico, Tucumán. Aquí construyó una escuelita donde enseñaba las primeras letras. Cobraba cuatro reales por los niños y seis por los mayores. Hacia 1935, cuando Carrizo visitó el lugar, no quedaba nada de la casita, aunque la memoria del poeta perduraba entre la gente.

En La Calera escribió muchas décimas que cantaba en fiestas familiares. Ellas se referían a los acontecimientos del día, como ser la hambruna regional de 1847, que comenzaba diciendo "Seca, peste, guerra y hambre," la dedicada a su esposa en ocasión de su muerte, que empieza con "Ya mi placer se acabó y Vino la muerte horrorosa," a la caída de Rosas en Caseros con "Ha llegado el feliz día," y otras varias.

Después de La Calera se fue a vivir a Rincón de Naschi, ya casado con Paula Arroyo. Aquí se enfermó seriamente y para agradecer sus cuidados le dedicó a su comadre doña Rosa Artaza unas décimas que empiezan con "Recibirá usted comadre." En otra le dedica un adiós a su amigo Marcelo Solórzano de La Tipa (Río Chico) que acababa de fallecer. Una anécdota cuenta que a pedido de su amigo don Francisco Sánchez escribió unas décimas para instar a su hija Brígida a que volviera al hogar con su marido, don Fermín Uñate. La chica, que se había ido al Fuerte de Andálgala a vivir, recibió el "mensaje" de boca de un amigo de Díaz, que le cantó el poema que empezaba diciendo "Oye Brígida el gemido...". Y el poema surtió su efecto pues la joven volvió a su hogar.

En Naschi siguió escribiendo. Unas décimas dignas de mención fueron escritas en 1854, donde alude a la supresión de los diezmos debidos a la iglesia y a curas que intervenían en la guerra civil. Con ello se castigó al cura José María del Campo que comandaba las fuerzas del gobierno y el diezmo pasó a las arcas provinciales. Obviamente cansado del fratricidio heredado de la época de Rosas, en 1852 escribe una glosa que decía Qué tiempos tan desgraciados / Vida tan sin esperanza / Con tantas revoluciones / Sólo el que muere descansa.

También compuso glosas festivas, dice Carrizo. Una de ellas le fue referida por doña Tránsito Díaz de Bulacio, nieta de Díaz, la cual es dedicada a unos vecinos lampiños de Aguilares, amigos suyos y que empieza con "Se ha perdido una navaja." El abuelo negó su autoría, dice ella, para evitar el enojo de sus amigos, que se fueron de esta vida sin encontrar al culpable.

A Díaz le gustaba mostrar su destreza para improvisar. Así, un día que iba a visitar a su amigo Benito Antonio Lobo en Muyu o en Los Sarmientos, no pudo llegar por los charcos de agua que no le permitían avanzar. Decide dar la vuelta y en el camino se topa con un amigo, vecino de Lobo, a quien le dice, de paso de caballo a caballo:



"Dígale a Benito Antonio  
Esto, si acaso pregunta  
Que el tigre de Aiposorcona /
Se ha empacado en Cebil Punta".

En otra ocasión, en las fiestas de Medinas, lo buscaron para que payara a contrapunto con Felipe Palavecino, un afamado improvisador de Gascona. Ahí nomás Palavecino arrancó para probarlo diciéndole: "Señor don Domigo Díaz, / Ahora me va a avisar / Cuántas horas echa el sol / Para dentrarse en la mar." Don Díaz le contestó: "Me admira Palavecino, / Que erréis tan fiero la cuenta / El sol no camina nada / La tierra es la que da vuelta". Los paisanos no recordaban más. Tan famoso se hizó don Díaz que con el tiempo creció la leyenda de que había payado hasta con el mismo diablo.

Manuel Acosta Villafañe
En 1860 parece que Díaz se fue a vivir a Monteros según algunos o en El Cercado según otros. Esto lo confirma con una glosa que dice "Señor Benicio Valdez / Su memoria me alimenta / Monteros, febrero cuatro, / Mil ochocientos sesenta." Desde aquí le cantó a las calamidades del año de 1860 y 1861: el asesinato de dos gobernadores de San Juan, Virasoro y Aberastain, el terremoto de Mendoza un miércoles de ceniza de 1861 y que sepultó a unas 10.000 personas, más unos incendios descomunales en el mismo año en la zona de Monteros, en que las llamas pasaban por encima de los ríos. Aquí enseñó en la escuela no solamente a leer a varios jóvenes, sino también a versear, según Barber y don Paulino González, dos informantes de Carrizo. Uno de ellos, Juan Gabino Núñez, de Guasapampa, llegó a ser famoso versificador.

En 1862 o 63, don Domingo Díaz se muda a Río Seco donde funda una escuela en casa de don Miguel Medina, amigo suyo. Aquí escribió una glosa donde alude a la inundación de Monteros en 1863.  Por ese entonces seguramente escribiría los cantares religiosos y sentenciosos que tanta fama tuvieran en Tucumán y Catamarca por ser hijos de la reflexión. Aquí también posiblemente escribiera la famosa glosa "Fin de Hombre", quizás la última de su vida. Según Barber, las composiciones de Díaz son más de doscientas.

Díaz terminó sus días en Villa Quinteros, alternando sus tareas de maestro con la de poeta de pueblo. Don Pedro José Benavidez, discípulo del maestro cuenta una anécdota de sus últimos días. Un día que llegó a la escuela como de costumbre le dicen que el maestro estaba grave. Entonces, Fausto Juarez y otro alumno ya grande de apellido Mansilla, organizan al grupo de niños y los hacen formar en fila para visitar al maestro. Así se van a verlo. Un niño encabezaba la fila con la bandera, mientras Mansilla tocaba el violín. Cruzaron la calle y llegaron a su casa. Fausto se paró y le dio los buenos días al maestro, que estaba tendido en la cama, apoyándose en los almohadones. Iba a decir algo, pero no pudo, porque la emoción lo hizo callar. Se incorporó con dificultad y, haciendo la señal de la cruz con sus brazoz tendidos hacia los niños, los bendijo. No pronunció una palabra más. Los niños se retiraron como habían entrado, para no verlo nunca más. Según contó doña Isabel Gutiérrez de Moreno, domiciliada en San Miguel, que es hija de Hipólita Díaz y nieta del poeta, su abuelo fue llevado muy grave de la escuela de Río Seco a casa de Hipólita, en Monteros, donde murió el 6 de septiembre de 1866. Por no tener recursos, fue enterrado de caridad en el cementerio de la parroquia, a cargo del presbítero don Domingo del Campo.

Hasta aquí lo contado por Juan Alfonso Carrizo.


3 comentarios:

  1. Muy buena la nota que recuerda a don José Domingo Díaz, contada por Juan Alfonso Carrizo. Lástima que los encargados de la difusión de estas figuras tan representativas en su momento de Catamarca, no lo hicieran nunca.Gracias a Ud. por difundir estas joyas Sr.Director de este blog.
    Carlos García

    ResponderBorrar
  2. Me parece que hubo un error, seguramente involuntario, al poner en la foto de esta nota, arriba a la izquierda. Dice abajo de la misma Polo Gimenez cuando en realidad parece ser Carlos Di Fulvio. Ud. confirmará lo apuntado.
    Saludos
    Carlos García

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Estimado amigo: Tiene usted razón. Ya hice la corrección. Cordiales saludos. Muchas gracias por visitar mi sitio. Rodolfo Schweizer

      Borrar