Las razones por las cuales todavía visitamos el pasado son al menos dos: para refugiarnos de
la orfandad del presente y para comprender los conflictos actuales. Y es en
lo segundo donde nos encontramos con don Felipe, porque él también sufrió en el
pasado, como nosotros en nuestro presente, las frustraciones asociadas al
funcionamiento del Estado y su reflejo en la sociedad. En el caso de Varela,
esos conflictos estuvieron relacionados al modelo de país que quería imponerse,
modelo que enviaba a la bancarrota a las provincias y a los provincianos como
él, un campesino devenido en líder militar por necesidad, antes que por
aspiración. Sin embargo, al final perdió.
El esquema político ganador estaba dirigido por
individuos, hoy próceres nacionales, que creyeron posible trasplantar la supuesta
modernidad europea a una sociedad que en los hechos todavía era históricamente
colonial en sus valores y actitudes, beneficiándose de paso por estar ligados
al negocio de las exportaciones. Las políticas adoptadas llevaron al país a ser
parte de un esquema de división internacional del trabajo que, por entonces,
era comandado desde Londres. Obviamente, las economías provinciales no
estuvieron en condiciones de competir dentro de ese modelo globalizado, y menos
aún con las manufacturas europeas. Para dar un ejemplo, los ponchos que antes
eran tejidos localmente fueron suplantados por otros hechos en telares
industriales en Inglaterra, dejando sin trabajo a las tejedoras criollas. La
pobreza del interior fue el resultado natural de esa política. Felipe Varela, también víctima después de todo, se
rebeló contra ese modelo
excluyente.
Es bueno recordar cómo se llegó a esa
estructura que aún nos domina. La idea del modelo arranca en 1830, en tiempos de Esteban Echeverría,
cuando éste vuelve de Francia deslumbrado equivocadamente por Europa. Al llegar
crea la Asociación de Mayo, una agrupación de jóvenes enemigos de Rosas, todos
pretenciosos intelectuales que, sin conocer la realidad europea, deciden
impulsar un salto de etapas histórico para hacernos parecer a esa Europa
habitada por millones de “miserables”. Ellos creyeron que se podía “modernizar”
el país a la fuerza. A ella adhirieron, entre otros, Mitre y Sarmiento,
integrantes de la elite que definió el modelo de país a la caída de Rosas. Derrocado
éste en 1852, el modelo encuentra su cauce diez años después a partir de la presidencia de Mitre, institucionalizando una
ideología de libre mercado y un sistema de gobierno centralista y elitista que
privilegia los intereses de la
oligarquía portuaria.
El control del puerto por parte de este grupo
económico implicó la apropiación por parte de Buenos Aires de los bienes
generados por todo el país para su propio beneficio. Varela lo dice claramente a
continuación de su Proclama, “a la vez
que los pueblos jemían en la miseria sin poder dar un paso por la via del
progreso, á causa de su propia escasez, la orgullosa Buenos Aires botaba
injentes sumas en embellecer sus paseos públicos, en construir teatros, en
erigir estatuas y en elementos de puro lujo.” Esa desigualdad que Varela
notaba en sus proclamas sigue vigente. Lejos de haber escapado a nuestra
historia, seguimos prisioneros e inmersos en ella, gobernantes y gobernados del
interior. Ayer fue Varela a caballo junto al
campesinado del interior; hoy nosotros montados en nuestros automóviles
y celulares. Nada ha cambiado en su esencia. Seguimos sujetos a las decisiones
que se tomen desde el “sillón de Rivadavia”, sea quien sea el que lo ocupe. Que
hoy las provincias sean o no ahogadas en su gobernabilidad, sólo depende de la
mayor o menor decencia política de quien ocupe la Casa Rosada, antes que de las
virtudes del sistema político que nos gobierna.
La vida de Varela es conocida. Nació en Huaicama allá
por 1819. En su adolescencia su padre lo envía a Guandacol, a educarse, donde
se casa y empieza con sus negocios de arreo de ganado y transporte de
mercancías con Chile. Su temprana vida militar lo encuentra junto al general
Vicente “Chacho” Peñaloza y su lucha contra Rosas y el centralismo porteño. Una
vez derrotado el Chacho, emigra a Chile, desde donde sigue con sus actividades comerciales.
En este ir y venir lo sorprende el bombardeo español contra Valparaiso en Chile
y las islas de Chincha en el Perú, más la Guerra de la Triple Alianza contra el
Paraguay. Varela entonces vuelve al
país, se suma a la lucha contra el gobierno nacional, indignado por la agresión
al Paraguay en complicidad con el Brasil y por la indiferencia y neutralidad
del gobierno de Mitre ante la intervención española en dos países hermanos. No
era para menos: según Rodolfo Ortega Peña y Luis Duhalde, esa guerra era parte
de un negocio que venía de unos siete años antes, de tiempos de Urquiza,
impulsado por Inglaterra para apoderarse económicamente del Paraguay y expandir
su aprovisionamiento de algodón, comprometido por la Guerra de Secesión en
Estados Unidos. A su llegada lo espera todo Cuyo convulsionado por la Revolución
de los Colorados, una revuelta general en contra de la guerra del Paraguay y
las levas forzadas de gauchos, quienes eran levantados a la fuerza de sus
ranchos para luego ser acollarados con tientos y ser enviados a la carnicería
de la guerra contra el Paraguay. A pesar
de los triunfos iniciales, al movimiento cuyano le llega su derrota militar en
San Ignacio (San Luis) el 1de abril de 1867. A Varela, en cambio, le llega Pozo
de Vargas el 10 de abril, una batalla que, contrario a lo que se dice, gana
porque deja a las tropas de Taboada con lo puesto al tomarle el parque
artillero, la caballada y hasta sus bienes personales, pero que no se concreta porque
abandona el campo de batalla acuciado por la falta de agua. Según Eduardo L.
Duhalde, la decisión de Varela generó una confusión que Taboada o los que lo
siguieron explotaron folclóricamente con fines políticos, tomando la zamacueca
“Zamba de Varela,” que la banda de música de Varela tocaba, y cambiándola a la
actual y mentirosa Zamba de Vargas.
A partir de Pozo de Vargas la estrella de Varela va
camino a su ocaso, a pesar de algunos triunfos contra fuerzas superiores y bien
aprovisionadas. Camino a su exilio toma Salta por unas horas, sin saquearla,
como miente por ahí una zamba mal intencionada. En Bolivia, ya exiliado, recibe
el apoyo del impredecible presidente Melgarejo. A su retornó Varela es
derrotado. Pero esta vez Melgarejo, que había sido comprado por la diplomacia
brasileña, le niega ayuda, por lo que se exilia en Chile, donde muere de
tuberculosis a los 51 años, en la miseria total.
La imagen de Felipe Varela ha tenido diversas
versiones según los tiempos e intereses en juego. Después de su muerte fue
borrado por la historia oficial y denigrado por autores al servicio del
liberalismo, como Vicente Almonacid, Antonio Zinny, Francisco Centeno y otros. Sin
embargo, su historia empieza a cambiar con el historiador salteño Atilio
Cornejo a mitad del siglo XX, cuando define la lucha de Varela como una
verdadera revolución federal.
Luego seguiría su revaloración de manos del sacerdote
Ramón Rosa Olmos en 1957 con su Historia
de Catamarca y poco después las Jornadas de Estudio sobre Felipe Varela de
1967, organizadas por la Junta de Estudios Histórico de Catamarca, que completarían
la visión histórica de Varela. En esas jornadas participaron destacadas figuras
intelectuales como Armando R. Bazán, Gaspar Guzmán, Rodolfo Ortega Peña y Eduardo
Luis Duhalde, Gerardo Pérez Fuentes y otros historiadores. Citamos algunas de
sus opiniones. Para Bazán y Guzmán, “por
su origen familiar y por sus atributos de mando, F. Varela pertenecía al linaje
de los conductores de pueblo….Sólo así se explica que esa multitud de paisanos
que formaron su ejército lo hicieran voluntariamente y no a merced de
reclutamientos compulsivos, vejatorios de la dignidad humana, como los que
utilizara el Gobierno Nacional para llevar soldados al frente paraguayo.”
A
su vez, el presbítero Olmos, luego de recordar la actuación de Varela en el
Ejército de la Confederación junto a Urquiza [de quien fue edecán] dice que “leyendo su manifiesto y sus cartas
descubrimos un jefe con un claro pensamiento nacional y americano; postulaba la
unión con las demás repúblicas americanas, la paz con el Paraguay y pide el
retorno de la Constitución de 1853, sin las reformas introducidas por exigencia
de Buenos Aires”. Bazán es terminante cuando, luego de apoyar la opinión de
Felix Luna de que “pocas veces se expuso
un programa tan explícito y concreto como el que propuso Varela…” dice a su
turno que “Felipe Varela encarna las
ideas y los sentimientos de las provincias interiores” y que “su revolución constituye junto con el
movimiento cuyano [Revolución de los Colorados] el último intento de
envergadura para…zafar al interior de la tutela y la marginación en que lo
habían sumido el liberalismo porteño…”. No menos contundente es Gerardo Pérez Fuentes
cuando dice que “este paisano de
quijotesca figura, intrépido capitán de huestes montoneras, es símbolo de valor
y de sacrificio, y un idealista que soñó con la patria grande que anhelaron
Moreno, Belgrano y San Martín”.
Estas opiniones
nos eximen de todo comentario. La trayectoria personal de Felipe Varela
demuestra que no fue un gaucho bárbaro ni enemigo de la civilización, como
algunos dicen. Por el contrario, su accionar demuestra un compromiso personal con
su momento histórico y con la patria; con ideales que todos hoy damos por
sentados pero que no pasan de la mera declaración: la del federalismo. Su entrega personal hasta llegar a la pobreza,
la enfermedad y la muerte por sus ideales es inspiradora y bastan para
considerarlo un patriota genuino y para colocarlo en el altar de la patria por
méritos propios.
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