martes, 23 de abril de 2013


El QUICHUA: Lengua prócer en Argentina

Domingo Bravo
Decía el maestro e investigador santiagueño don Domingo Bravo que el quichua era lengua prócer de la historia argentina. Y no era para menos, ya que la misma Acta de la Independencia de 1816 está redactada, además del castellano, en la lengua incaica: "Cai sumacc ancha camayocc San Miguel Tucumanmanta hatum llacctapi, waranccapusacc pachac chunca socctayocc watacc ccanchis quillass isckon ppunchaynimpi llacctanchecc raycu..."
["En la benemérita y muy digna ciudad de San Miguel de Tucumán a nueve días del mes de julio de mil ochocientos dieciséis,..."]. La iniciativa de los padres de la patria no fue casual. Comprendieron que el primer elemento de americanidad que debían introducir como símbolo de nuestra identidad era el mismo lenguaje de la región: el quichua. Esto sin contar que hasta hubo propuestas de crear una patria grande con capital en el mismo Cusco, la capital de los incas.

La importancia de esta lengua está demostrada por las proclamas del general San Martín en su campaña al Perú. Ellas estaban redactadas también en quichua, porque era la lengua de la mayoría de los gauchos-soldados. También por su inclusión en nuestro himno nacional, cuando dice:

Se conmueven del Inca las tumbas
Y en sus huesos revive  el ardor
Lo que ve renovado en sus hijos
De la patria el antiguo esplendor.



El quichua del Acta de la independencia es del Perú, según Bravo, el cual habría llegado a la región a través de los yanacunas de servicio que acompañaban a Diego de Rojas en 1543. Como se sabe, este fue muerto en Maquijata, cerca de Sol de Mayo. Sin embargo, según Ricardo Nardi, en Catamarca y La Rioja también se lo hablaba, además de Santiago, hasta 1900 más o menos. Era lengua común para el lado de Londres y Belén. A diferencia de Bravo, este investigador sugiere que el quichua llegó a nuestra zona durante el incanato de Pachacuti Inca Yupanqui, cuando éste expandió el Tahuantisuyu hacia Tucumán y Chile. Esta idea tendría su sustento en el tipo de inclusión que los incas hacían con los pueblos absorbidos en el incanato, adoptando el panteón de sus dioses por un lado, pero imponiendo la lengua oficial del imperio por el otro, entre otras cosas.
Hoy el quichua queda como testimonio de otros tiempos en la patria de los gatos y las chacareras, del mistol, el algarrobo y Sacháyoj, la deidad tutelar del monte santiagueño. Sigue vivo gracias a los esfuerzos y contribuciones de gente que ya nos dejaron, como don Domingo Bravo y don Sixto Palavecino; de folcloristas y maestros de campaña; de programas culturales como el Alero Quichua Santiagueño, que cada domingo se hace eco de su vigencia en el pueblo. La cultura que le sirve de contexto se revela en su gustosa adhesión a las leyendas y se manifiesta artísticamente en la letra alegre y picaresca de las chacareras, mientras le deja a la vidala el territorio reservado a la tristeza y el dolor ante los avatares de la vida. Otras veces se resigna a que lo usen "en overito", mezclándolo con el castellano. Sea como sea, su vigencia atestigua la persistencia de una cultura que no se resigna a ser borrada por una modernidad vacía de contenidos.


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