jueves, 17 de julio de 2014



De los Cantares a lo divino a las Glosas populares

Según Juan Alfonso Carrizo en el Cancionero Popular de Tucumán, Tomo 1, Pag. 264-65, los cantares religiosos fueron introducidos por los misioneros durante el siglo XVI y XVII. A diferencia de lo que pasaba con los romances importados desde España, que hablaban de héroes o temas históricos que no tenían nada que ver con la experiencia americana -caso del poema del Cid Campeador por ejemplo- que pasaban al olvido con el tiempo, los poemas religiosos perduraron por la presencia de la fe cristiana. Afirma Carrizo que "como es natural, lejos de olvidarse, estos cantares, irían ganando terreno día a día y allí donde el indio no hablaba el español todavía, como el caso de Calchaquí, pueblo de idioma cacán, el misionero los traducía; por eso es que el padre Oracio nos dice: 'Gustan notablemente de los cantares a lo divino en su lengua'".

Estas glosas a lo divino, que se enseñaban en todas partes de nuestro país actual, derivaron con el tiempo en las glosas populares en forma de cuartetas, las cuales se extendieron oral y anónimamente. Obviamente, aquí las glosas no tocaban temas religiosos, sino mundanos. Estas son las que presenta Carrizo en su obra:


Debajo de un limón verde,
donde el agua no corría,
entregué mi corazón 
a quien no lo merecía.

Van otras:

Cuando dos andan por una
y ella quiere a uno nomás,
el querido anda delante
y el aborrecido atrás.



Lágrimas son las que almuerzo, 
a medio día un dolor,
meriendo un triste suspiro
en defensa de tu amor.

No quiero prenda con dueño,
que me la quiten mañana;
quiero prenda que me dure
hasta que me dé la gana.

Finalmente una nada religiosa:

Una vieja sollozaba
al mirar tan bien la cosa,
y en sus sollozos decía:
-Siento tanto no ser moza.

Estas glosas eran recitadas por los clérigos en pleno servicio religioso, según Carrizo, para hacerse escuchar y poder enseñar la fe entre "el público bullanguero y distraído."  Esto fue luego prohibido por el Sínodo santiagueño en 1597.

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