domingo, 20 de julio de 2014

EL HACHERO


Ya no lo reclaman las bocas de las calderas de las antiguas máquinas a vapor, ni la necesidad de hacer durmientes. Los fabricantes de tanino que deforestaron el norte argentino de quebracho colorado, cuando La Forestal mandaba en los montes en la primera mitad del siglo XX hasta 1970, más o menos, tampoco le exigen su esfuerzo. Sólo quedan los hornos de carbón o los tabiques de ladrillo demandando sus brazos en el contexto de una economía de supervivencia y de miseria.


Para el hachero la tecnología moderna poco ha significado. Si bien la motosierra le suplantó quizás el hacha en las manos, el trabajo en el monte sigue igual o peor, porque ahora tiene que producir más, sin que ello le mejore la vida a los suyos. Así, su vida transcurre rodeada por la soledad del monte y las carencias, sin contar las vinchucas todavía dueñas de la vida en sus ranchos.  Esta mala suerte del destino y este sacrificio humano ante el altar de la miseria no se le escapó de vista a uno de nuestros poetas populares, Jaime Dávalos, quien le dedica estos versos a estos hombres que pueblan la geografía montaraz e ignorada de la patria argentina.

   El zurdo Quiñones nació con el filo
   del hacha velando su sueño de peón,
   por eso en los ojos era un refusilo
   de fuerza templada de su corazón.

   Su tata fue hachero y desde muchacho
   le enseñó a lo macho a ganarse el pan,
   y rodaron monte tumbando quebracho
   Probándose el pulso con el guayacán.

   En las carboneras chacosantiagueñas
   se curtió de soles el alma y la piel,
   hachó hasta que la carne se le volvió leña
   por eso es ahora hachador sin hiel.

   Hoy aunque el solazo le guasquea el lomo
   sin sentir cansancio hecha sol a sol,
   siente que en sus venas florece el aromo
   y el está en el día dentro de un crisol.

   Le cimbró las manos el hacha trocera
   la fibra del cabo hecha guayavil,
   cuando echaba el resto volteando madera
   postes y durmientes de ferrocarril. 

Foto: Walter Giménez, Monumento al hachero en Monte Quemado, Santiago del Estero.

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